Hablar del mundo contemporáneo y de la globalización, es hablar de las encrucijadas que afrontan las organizaciones ante las múltiples crisis del entorno: financieras, económicas, sociales, culturales, medioambientales... Este panorama es el punto de partida de las empresas para aportar en esta situación, pasar de ser observadoras a ser actoras, para enfrentarlas, prevenirlas, y modificarlas.
Es común hablar de los modelos de RSE en grandes empresas y multinacionales, así como es común encontrar en los diferentes medios de comunicación, referencias a las estrategias de responsabilidad social que estas mismas organizaciones realizan. Un asunto bien distinto ocurre al referirnos a las Mipymes, las cuales componen aproximadamente un 98% de las empresas existentes en nuestro país (Mincomercio) y un 99% de las empresas de Latinoamérica (OCDE, Cepal), ya que en general carecen de mecanismos, estrategias y planes para garantizar, desde sus políticas corporativas la sostenibilidad de las mismas.
Recordemos que el concepto de sostenibilidad surge como un nuevo paradigma de gestión gerencial y organizativa, el cual busca garantizar el relacionamiento armónico de la organización con el entorno y responder a las necesidades y expectativas de los diferentes grupos de interés. Así pues, cumplir con los resultados financieros y económicos, además de los resultados sociales y medio ambientales son la forma de garantizar la sostenibilidad de la empresa en el tiempo. De esta manera el Taylor- Fayolismo como principal pilar del pensamiento administrativo, es trascendido para garantizar el cumplimiento integral de las organizaciones de sus metas y objetivos. El concepto de valor compartido de los profesores Michael E. Porter y Mark R. Kramer es uno de los ejemplos en este sentido.
La RSE debe de ser un componente de la planeación estratégica de las organizaciones, al igual que estar integrada a toda la cadena de valor para que sus protagonistas la incorporen a su práctica cotidiana. Hoy en días las prácticas de RSE se convierten en un modelo integral de gestión, que al comunicarlo empieza a desarrollar vocación de activo intangible e imprescindible, de permanencia en el largo plazo que facilita que las empresas se integran en una comunidad con la que deben mantener un diálogo constante y en la que revierten parte de sus beneficios para evolucionar a aspectos de mayor sostenibilidad global, para la reducción de las barreras técnicas y arancelarias, y la generalización en el uso y apropiación social de las tecnologías de la información y de las comunicaciones.